La
escuela de hace medio siglo nos parece muy lejana en el tiempo, fuera de todo
lo que hoy podemos ver en nuestros centros pero totalmente dentro del contexto político-
social y moral de la época.
A lo
cual debemos de añadir que las investigaciones neuropsicológicas y sociológicas
que están en continuo avance, no tienen aun ni medio siglo, es por ello que
deseamos hacer comparaciones acerca de las diferencias que encontramos entre
las escuelas de una época y las de ahora, ni entre la formación que se recibía
y la que se recibe.
Si es
necesario, por otro lado, guardar la memoria, poder contemplar el pasado porque
ello contiene una documentación imprescindible también para investigaciones
sociológicas más allá de las meras anécdotas sobre la infancia de nuestros
mayores.
La
educación y no la mera cesión de información, marca nuestra infancia y nuestro
comportamiento en el futuro, por ello esas muestras del pasado histórico que
podemos observar en los museos pedagógicos son importantes porque contienen el
germen de lo que todavía hoy podemos observar en los comportamientos y los
criterios diferenciados para con los hombres y con las mujeres. El ideal construido
para las mujeres es el de la compresión, la abnegación, el cuidado del otro, la
maternidad y todos los saberes necesarios para mantener un hogar, como cocinar
o cuidar bebés. El niño recibe el ejemplo de su maestro que no sabe coser pero
le gusta hacer manualidades, lo que más tarde hemos llamado tecnologías porque
le servirán en el futuro para trabajar y ganar dinero para la familia.
Todos
estos aprendizajes son los mensajes transmitidos que van a diferenciar la
concepción sobre la función que va a ejercer en la sociedad en el futuro.
Álvarez Domínguez.
Profesor Titular de Universidad
Dpto. de Teoría e Historia de la Educación y Pedagogía Social. Facultad de
Ciencias de la Educación de Universidad de Sevilla.
El libro Patrimonio Histórico
Educativo en femenino recoge el dialogo que diferentes profesores y profesoras
hacen con alguno de los numerosos objetos expuestos en el Museo Pedagógico de
la Facultad.
Uno de esos objetos es un
dedal.
“Ningún niño de esa época utilizó nunca un
dedal; además que vincular a un niño con un dedal suponía que se le insultara con
ese término al que algún autor hace referencia en el libro, cuando se habla de los recortables de muñecas;
Eugenio Otero lo titula jugar a las mariquitas. El niño no tenía ni el derecho
ni la posibilidad de dialogar o de interactuar con otros tipos de objetos que
la vida cotidiana le brindaba pero que por el hecho de estar absolutamente
vinculado al género femenino en ningún momento se le pasaba por la cabeza el
poder utilizarlo. Efectivamente, el dedal es uno de esos objetos prohibidos
para los hombres en el sentido de que estaba mal visto que un niño utilizara
eso para practicar una acción que no estaba socialmente bien vista que la
hiciera un niño; igual que los recortables de muñecas son tareas que tienen que
ver con la parte más sensible del ser humano y justamente vincular al hombre
con todo lo sensible nos ha llevado históricamente a tacharle de ser mariquita.
Lo más interesante es quizás el
diálogo que cada autor ha mantenido con la pieza. Sobre un compás de pizarra
básico Manuel Lucas González dice: la
historia que no se cuenta está llena de mujeres que fueron capaces de romper el
cerco. Sacudirse el contenido de sus círculos y cuestionarse su identidad en un
espacio que ni les pertenecía ni las reconocía; Salir fuera y preguntarse quién
soy en un clima de una extrema inseguridad es una tarea mitad filosófica, mitad
titánica. La filosofía presocrática busca el argel de todo lo conocido y
aquellas mujeres redujeron los márgenes del universo al contorno de su piel
buscando los principios y fundamentos para entender el origen de su propia existencia.
Mucho antes de escribir lo anterior, imaginé tres escenarios para fotografiar
1º un compas con una falda de tutú apoyado sobre el quicio de una pizarra, el
2º, un compás cuyo brazo para dibujar acabara en un pintalabios y el tercero una circunferencia dibujada con
tiza en la que la que el compás hiciera las funciones de las manecillas de un
reloj. Terminé desistiendo y no lo hice porque me di cuenta de que lo
importante de este proyecto era la luz contenida entre las múltiples
contradicciones a las que me enfrentaba en esas imágenes para hablar de la educación
femenina necesitaba utilizar una falda y un pintalabios; no había conseguido
salir de mi propio círculo, estaba tan encerrado en él como las mujeres de
aquella época.”(P. Álvarez)